viernes, 30 de diciembre de 2011

jueves, 29 de diciembre de 2011

Esperanza para el Nuevo Año 2012

Las palabras que se usan para estas fiestas siempre son las mismas, a veces la gente se ríe porque parece algo trillado o aprendido de memoria, pero yo creo que son palabras que representan cosas buenísimas para el alma y para todos quienes quieran oírlas, decirlas o leerlas de verdad, con el corazón.  

Se acaba el año 2011; y aunque fue un año complicado en algunos aspectos, lo estoy terminando de maravilla, con el corazón lleno de esperanza y alegría para el próximo.  Siempre me ha importado por sobre todo mi estabilidad espiritual, lo material cada vez me preocupa menos porque pasa y se va de la mano con el tiempo inventado.  Lo que queda y realmente sirve es lo que se graba en el alma, los momentos lindos, las buenas acciones, lo que aprendo cada día.  Sobrevivo con poco y es difícil la mayoría de las veces, PERO mi familia está sana, mis hermanas son mis mejores amigas, mis papás siempre me enseñan algo nuevo, mi trabajo tiene buena energía, converso mucho todos los días,  mi corazón está con algunos parches nuevos, pero liviano y libre.  Me río mucho, leo mucho y miro por mi ventana con una sonrisa y un suspiro cristalino de alegría.

Entonces, "prosperidad", "paz", "amor", "felicidad", "dicha", "alegría", "salud", ¡¡qué hermosas palabras!! Las deseo de corazón para todo aquel que lea este post y les encargo seguir dándoselas a quienes les rodean.

¡¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO 2012!!!!

Fotos de algunas celebraciones previas de fin de año....













lunes, 5 de diciembre de 2011


Extracto de Tinta Roja - Alberto Fuguet.


...Alfonso comienza a hojear el diario de hoy. Se va directo a las
páginas rojas.
—¿Encontraste algo interesante?
Alfonso salta sorprendido y se da media vuelta.
—Saúl Faúndez, tu jefe por estos cuatro meses —y le da un
ceñidísimo apretón de manos. El metal de sus anillos clava a Fernández.
—Tanto gusto. Lo estaba esperado.
—¿Estoy atrasado?
—No, no, no. Yo me adelanté. Estaba haciendo hora.
—Eso es lo que uno hace aquí. Hora. Esperar entre crimen y crimen.
Y después rellenar páginas y páginas.
Saúl Faúndez es inmenso, ocupa todo el campo visual. Deber medir
una cabeza, cabeza y media, más que Alfonso. Su edad no queda clara
porque su piel se ve ajada, curtida, mal pigmentada, con residuos de un
ser colorín perdido entre sus desgastados genes. Los ojos los tiene
diminutos, escasos, celeste-nublado, y son tantas sus canas que su
engominado pelo ya parece blanco. Cuando habla, frunce el ceño de
modo que sus ojos desaparecen. Con sus frágiles anteojos horizontales
de metal plateado adquiere un aspecto de abuela de cuento: procaz,
desalmada, feroz.
Saúl Faúndez anda de pantalones color agua-de-menta y una ancha
guayabera arriba de su camiseta de malla blanca transparente. Corona
todo con un jockey blanco-invierno. Para ser tan fuerte y torneado, su
vientre es enorme, sietemesino, duro y macizo, inamovible.
—Tenemos seis letras en común.
—¿Disculpe?
—Faúndez, Fernández. Seis letras en común. ¿Te parece una
casualidad?
—No lo sé, señor.
—Saúl.
—Saúl, señor.
—Si eres incapaz de decirme Saúl, trátame de don. No de señor. No
tolero que me tilden como lo que no soy.
—Sí, señor. Digo, don. Don Saúl.
—¿Estás nervioso?
—Un poco.
—Lo peor que te puede pasar es cometer una falta de ortografía.
Relájate, no te voy a morder. ¿Tomas café?
—A veces.
—Cómo que «a veces». ¿Fumas?
—No.
—Puta madre, me mandaron un Opus Dei. ¿A qué edad perdiste la
virginidad? Rápido.
—A los veintiuno, don Saúl.
—¿Con una puta?
—No.
—¿Te gustó?
—Más o menos.
—¿Qué edad tienes?
—Veintitrés.
—Puta que eres pendejo, Pendejo. Puta que te voy a tener que
enseñar huevadas. Sígueme. Vamos al café. Primero el café, el cigarrillo,
la meadita, revisar la pauta que dejó el maraco del Chacal, unas
llamaditas a La Pesca y después a los Pacos. Es la rutina, el día a día.
Después salimos a husmear, lamer la sangre nuestra de cada día antes
de que se coagule. Si tenemos suerte, Pendejo, llegamos tipo tres,
comemos nuestros garbanzos antes de que cierren el casino y
terminamos el despacho antes de las ocho. De ahí te puedes ir a putear.
Saúl Faúndez camina como si bailara un mambo y sus zapatos
blancos, sin calcetines, se resbalan sobre el brilloso suelo. Su carterita
de cuero, una suerte de estuche que cuelga de su muñeca, le da un leve
toque afeminado.
Mientras lo sigue a la máquina del café que está a la entrada de la
redacción, cerca de las oficinas de Rolón-Collazo y del Chacal, Alfonso
divisa a Nadia, que para variar anda de negro, conversando con las
secretarias. El estacionamiento está vacío.


Faúndez se sirve un café y lo llena de azúcar. Seis o siete
cucharadas.
—A ver, cuéntame, ¿por qué un chico con esa cara de bueno que
tienes elige una sección como ésta?
—No la elegí, señor.
—No me digas señor.
—El señor Ortega Petersen me asignó que trabajara... que
aprendiera con usted.
—El maraco del Chacal me quiere cagar, por lo que veo. Y tú, ¿qué
querías?
—Espectáculos.
—De la que te salvaste, Pendejo. Espectáculos sí que es una mafia.
Si quieres putas gratis, dime. Para conseguir choro no hay que chupar
diuca. ¿No sabías?.